Buenos Aires también es ribereña. No es llana, la allanaron.
Lo anoté así. Lo dijo Paisajeante aunque ese también supongo que es mío, porque estaba pensando en Paraná. Buenos Aires no es la llanura pampeana, es una región distinta: de ribera, de humedal, de bosque nativo y selvas. Es el pueblo de los talas. La allanaron, igual que la policía en un allanamiento.
Hace un par de semanas fui a uno de los recorridos de Memorias del humedal desde Casa Rosada hasta la Costanera Sur, la ex costa porteña. Esteban Belloto, nuestro guía en la exploración, la tituló El río sin orillas, como el ensayo de Saer. Fuimos con el Guille y éramos dos litoraleños como afiebrados con tanta información sobre el río y la ciudad: esta ciudad que pareciera otra cosa. Una cosa lejana al río de nuestro origen y, sin embargo, no.
¿Qué es, entonces? ¿Qué es esta ciudad de orilla playita, de suelo arcilloso y anegadizo, que tuvo que “ganarle” terreno al río, metros, más metros, más, y pretender ser puerto en donde no podía? ¿Qué es esta identidad enrevesada, enrarecida, falseada, de los porteños? Un río que ya no se ve pero corría como el Bajo, detrás del fortín de Casa Rosada, sobre el fantasma de la Aduana Taylor. Un puerto abandonado, convertido en un bloque de torres vidriadas, millonarias, de restaurantes y gimnasios caros. Un logo1, Buenos Aires Ciudad: las carabelas de la colonización y la paloma del espíritu santo, en el cielo, demasiado fuera de escala. El río, al final, ¿era eso? ¿Que lleguen los barcos y, milagrosamente, se lleven todo?
Hoy –es sábado mientras escribo esto– fui a recorrer mi barrio; al menos lo que es técnicamente mi barrio: Villa Crespo, comuna 15 –aunque la cercanía a Juan B. Justo y San Martín me deje en la frontera de la identidad paternalense2.
En Loyola y Malabia, donde estamos parados, hay 3 metros más de altura que en Plaza de Mayo, dijo Fabio Márquez –quien está detrás de la cuenta Paisajeante– y, a medida que nos acercamos a Juan B. Justo, el terreno de Villa Crespo declina y se inclina hacia el valle del arroyo Maldonado. Entonces, volví a pensar en Paraná y los arroyos. El Maldonado se entubó en la década del 30 y corre por debajo de la avenida Juan B. Justo, mientras atraviesa 10 barrios. Corre ahora mismo aunque yo no llegue a escucharlo, mientras escribo. Aunque evite caminar por el cauce endemoniado de la avenida, salvo cuando es de noche. Aunque sí pueda escuchar, desde mi casa, el farfullar de los motores.
Buenos Aires tiene debajo 11 arroyos. Paraná tiene alrededor de 20 y también los esconde, los ensucia, los domestica históricamente. Con la necesidad de espacio público verde que tiene Buenos Aires, recuperar alguno que ya no reciba desagües industriales, ¿no sería buena idea?3 Fabio lo dijo esta tarde y unas señoras asintieron como si nunca lo hubieran considerado. Estábamos caminando hacia una plaza para cerrar el recorrido, la 24 de septiembre. La plaza más cerca que tengo de mi casa: un triángulo. Agradezco el sol, las ferias, los chicos que juegan al básquet, la escuela enfrente y la heladería Vickens, pero es un triángulo –ni siquiera un cuadrado completo– surcado por el escándalo de otra avenida. ¿Cómo sería escuchar un arroyo?4
Villa Crespo nació como barrio industrial con la Fábrica Nacional del Calzado, de la que no quedan vestigios. Era un típico barrio de inmigrantes: judíos orientales y centro europeos, armenios, griegos, turcos. Uno de los primeros barrios con sindicalización. Por la diversidad de idiomas, a principios de siglo, era necesario que los comercios adoptaran una marca inconfundible: por ejemplo, las cabezas de vaca adornaban las fachadas de las carnicerías. En Villa Crespo queda una de estas piezas del patrimonio cultural porteño y como tantos otros elementos que cuentan la historia de la ciudad, no están inventariadas ni protegidas, ni serán preservadas ante una posible demolición de la propiedad. De hecho, hay mucho patrimonio descatalogado en el código urbano de Buenos Aires. Qué pena, qué dolor, se lamenta el lobby inmobiliario.
Con cada nueva demolición para la construcción de un nuevo mamotreto de factura constructiva paupérrima, está en juego el patrimonio histórico y cultural, por supuesto, pero además, como dijo Fabio, el patrimonio natural más importante de una ciudad: el cielo.
La luz, el sol, los colores del atardecer, algún vacío. Cuando pienso en el cielo quiero llorar. No tanto por Buenos Aires, sino por Paraná, que todavía tiene cielo pero cada vez menos en algunas zonas. Porque ¿a nadie le parece posible que se pueda regular? ¿que el Estado tome un rol más digno? Que podamos decir: Che, no, ¿sabés qué? Mejor no vas a hacer acá otro edificio barato de durloc. Tu constructora ya le chupó el sol a toda la cuadra.
El río sin orillas, el Río de la Plata, parece ser para Saer esa extensión abierta como el mar, puro horizonte, sin una orilla del otro lado que devuelva el saludo. En cambio, dice sobre la isla Curupí, en Paraná:
“Desde las barrancas de Paraná que dominan el río, la mirada abarca un horizonte desmedido, hecho casi exclusivamente de islas y de agua. De esas islas aluvionales, una bien enfrente de la costanera, en medio del río, de unos doscientos metros de extensión, es fina y alargada como si, consciente de la única excentricidad de Juan L. Ortiz, hubiese querido acordar su forma al entorno íntimo del poeta”.
Es una linda paradoja porque Juanele tuvo sus rezongos contra el islote. La Curupí es de origen artificial: al parecer, creció sobre chatarra que fueron tirando en el lecho del río para desplazar la corriente sobre la costa y ganar mayor calado en el puerto. El tiempo y el agua hicieron nacer los árboles y un ecosistema nativo que hoy es área natural protegida. Igual que en el caso de la Reserva Ecológica Costanera Sur de Buenos Aires: lo que era un proyecto de la dictadura para desplazar el centro administrativo de la ciudad a ese terreno de relleno y escombros, tuvo el mejor final posible gracias a la acción de grupos ambientalistas, a fines de los 80. El mejor de los mejores: tiempo, agua, árboles, bichitos.
Desde que vivo en esta ciudad, camino para conocerla. Cada vez que me falta luz –en todos los sentidos–, camino. Y porque camino y también porque la miro a través de las ventanillas del bondi, y es siempre inagotable, la quiero. Caminar con otros por Buenos Aires5 me hace sentir acompañada en el amor. Y con mi amor acompaño a quien quiera el cielo, la belleza, la memoria en todas las ciudades.
Un video-manifiesto de un proyecto cortito pero muy querido que tuvimos con amigues en Paraná: Urbanautas.
Gracias por leer hasta acá.
Hace mucho tenía ganas de escribir alguna croniquita pero el tiempo, el tiempo. Si algo de todo esto te hizo sentido, contame.
Un abrazo.
Corrección. Me refiero al escudo de la Ciudad de Buenos Aires. Yo no lo había visto nunca y me sorprendí.
Perdón a la pipol de La Paternal si no es éste el gentilicio adecuado, ja.
Hay páginas como Arroyos Libres donde se pueden seguir algunas de estas disputas.
Arrojamos exactamente la misma pregunta para quienes planifican y gestionan la política urbanística y ambiental en Paraná.
Recomiendo mucho hacer estas caminatas por Buenos Aires en grupo, con gente como Esteban y Fabio, con data, sensibilidad y compromiso en la defensa del patrimonio y el ambiente. Es hermoso aprender a percibir todas las capas de tiempo, fuerzas y posibilidad que hay en la ciudad superpuestas.
Aporto algunas cositas (Romero. Chiste de paranaenses):
1. En Paraná es muy recomendable escuchar a Mariana Melhem, arquitecta especializada en patrimonio arquitectónico de la ciudad. Tiene, además, una mirada ambiental y resalta el valor de los arroyos y sus cuencas en la ciudad. Suele participar de los recorridos literarios de Eduner contextualizando respecto de la historia de los barrios. Además publicó un libro precioso, editado por 170 Escalones, en el que explica que las ciudades de ER nacieron a la vera de los ríos.
2. La discusión de Juanele y Amaro sobre el islote Curupí revela un costado insospechado de Juanele. Y es que en un primer momento no sabían ellos, y menos nosotros, del carácter artificial del islote. Se suponía que era sedimentación natural del río. Aún así, Juanele proponía eliminarlo para recuperar el juego de la luz sobre el agua del río frente a la ciudad.
3. En ese libro libro sin orillas que es El río sin orilla, Saer dice muchas cosas sorprendentes, al punto de humillar un poco a BA recordando sus orígenes menos que pobres. Menciona un caso concreto de canibalismo a causa del hambre en lo que era, apenas, un fuerte.
Hermoso tu post, Ro. Como siempre. Un gusto leer esa suerte de infiltrada entrerriana en BA. Sospecho que la ciudad vencida por Ramírez, primero, y Urquiza, después, debe estar alerta.
Aguante caminar 🚶🏽♂️